La ilusión de un centro

El capitalismo es una relación social y no una ciudadela de poderosos. Es partiendo de esta banalidad que se puede afrontar la cuestión de las cumbres y contra-cumbres. Representar el dominio capitalista y estatal como una especie de cuartel general (ya se trate del G8, de la OMC o de cualquier organismo similar) es funcional a quien quisiera oponer a este centro directivo otro centro: las estructuras políticas del llamado movimiento o, mejor, sus portavoces. Es funcional, en suma, a quienes proponen simplemente un cambio del personal dirigente. Esta lógica, aparte de ser reformista en su esencia y en sus finalidades, resulta colaboracionista y autoritaria en los métodos, en cuanto lleva a centralizar la contestación. De ahí el interés, para estos siniestros opositores tan ansiosos de hacerse escuchar por los “amos de la tierra”, de gastar dinero y publicidad política en las cumbres en las cuales cada vez con más frecuencia se dan cita los poderosos con sus comparsas. Que en el curso de estas cumbres se formalicen simplemente decisiones tomadas en otra parte no turba ciertamente a los diversos representantes de los foros sociales: por otra parte su oposición es del todo formal, consistiendo a lo sumo en seminarios de pago en los cuales se demuestra que el neoliberalismo está equivocado y la humanidad tiene razón, o bien, para los más espabilados, en alguna performance combativa oportunamente orquestada con la policía. Por otra parte, ¿Cómo podría ser real una contestación subvencionada por las instituciones, representada por concejales y parlamentarios, y protegida por los enterradores históricos del movimiento obrero (nos referimos a los servicios de orden asegurados a la CGIL en colaboración con los esbirros)? La paradoja es que se llama a la gente a la calle en nombre de otro mundo posible, en el intento de que…no suceda absolutamente nada. Cada vez que una masa más o menos oceánica se desplaza plácidamente, vigilada a distancia, se grita que es una gran victoria del movimiento. No obstante estos pacificadores sociales saben muy bien que su capacidad para situarse como interlocutores de las instituciones no depende tanto del número de personas que lleven a la calle (millones de manifestantes contrarios a la última agresión militar contra Iraq no han causado gran preocupación a los gobiernos implicados en la guerra), sino de la fuerza de mediación y represión que logren poner en práctica –o justificar –contra toda rebelión social. De hecho, si se habla tanto de cumbres y contra-cumbres, si los representantes de los foros sociales son acogidos en las mesas de negociación y lisonjeados por los mass media, es sólo porque, en Seattle por vez primera y después en otras ocasiones, algo ha ocurrido: millares de compañeros y de jóvenes pobres han atacado las estructuras del capital y el Estado, han derribado los planes policiales de urbanismo abriendo espacios de comunicación y se han enfrentado con los siervos de uniforme. Sin esta amenaza subversiva –signo, junto a tantas explosiones insurreccionales que han sucedido en los últimos años, de la época en la cual hemos entrado –los amos no sabrían que hacer con los múltiples Casarini y Agnoletto. ¿No ha ocurrido quizá algo parecido con los sindicatos? Escuchados y alimentados por el capital en los periodos de gran conflictividad social con el objetivo de dividir, desmoralizar y denunciar a los proletarios revoltosos, han sido llevados al desván en tiempos más recientes; por eso ahora están obligados a berrear contra los ataques patronales por ellos mismos justificados y sancionados.

Los portavoces “desobedientes” deben entonces distinguirse de los malvados, de los extremistas, de los violentos (es decir de quienes practican la acción directa) y dar visibilidad política a los otros. De un lado, por tanto, los eslóganes de los foros sociales resultan perfectamente aptos a los burgueses ilustrados: tasación del capital financiero, reglas democráticas y transparentes para el comercio global, más Estado y menos mercado, consumo crítico, bancos éticos, pacifismo, etcétera. Por otro, la que venden con sus “movilizaciones democráticas” es una mercancía preciada: la ilusión de hacer algo contra las injusticias del mundo. Las contra-cumbres son, en este sentido, un goloso espectáculo. Los pocos malvados reprimidos, y los buenos escuchados en sus justas reivindicaciones: ¿fin de la fábula?

El dominio sabe que no es tan simple. Las propuestas disgustadamente realistas de la oposición domesticada no tienen nada que decir a millones de pobres aparcados en las reservas del paraíso mercantil y reprimidos por la policía. Una pequeña prueba en Génova: sólo durante los enfrentamientos y los saqueos de supermercados los jóvenes de los barrios proletarios se han unido a los otros insurgentes. Mientras los tutte bianche con sus kermesses aparecían a sus ojos como marcianos y bufones, estos excluidos de todo racket político han cogido al vuelo el lenguaje de la revuelta.

Un soplo de imprevisibilidad

No cabe duda de que en Seattle y en Génova, así como más recientemente en Salónica, se ha manifestado una crítica sin mediaciones al dominio y a todos sus falsos enemigos. A pesar de que el tiempo había sido fijado por los amos, la gestión de la calle por parte de los reformistas ha saltado. Decimos esto incluso habiendo estado entre los compañeros que sostenían que Génova está en todas partes: que si el dominio y la desposesión están en cualquier parte de la sociedad y en la vida cotidiana, el ataque no tiene necesidad de citas fijadas por el enemigo. Hemos encontrado interesante la práctica de quienes, desertado de la puesta en escena de la “zona roja” a asaltar y la trampa del enfrentamiento frontal con la policía, se han movido con agilidad golpeando y desapareciendo (es ilustrativo, en este sentido, el asalto a la cárcel de Marassi en Génova). Este potente soplo de imprevisibilidad, este “federalismo” subversivo de las acciones y de los grupos, ha señalado una importante ruptura con la lógica de quien centraliza al enemigo para centralizar (y hacerla simbólica) la lucha. Seguimos manteniendo que estar allá donde el enemigo no te espera, lejano de las citas, es la mejor perspectiva. Por otra parte, sin quitar nada a las explosiones de Seattle o Génova, nos parece que perseguir tales citas se está convirtiendo en un cliché, cada vez más devorador de energías: acabada una contra-cumbre se prepara la siguiente. Son cada vez más los mass media quienes fijan los objetivos y los tiempos, hasta el punto de que, por ejemplo, si muchos revolucionarios se han manifestado, por ejemplo, contra la guerra de Iraq, casi ninguno ha llegado a expresar cualquier solidaridad práctica a los insurgentes de Argelia o Argentina. Se presta a menudo más atención a enfrentamientos que implican casi exclusivamente a “militantes” que a auténticas rebeliones sociales y de clase.

Sabemos muy bien cual es el motivo por el cual muchos compañeros van a las contra-cumbres: la acción directa difusa y el enfrentamiento generalizado con los esbirros sólo es posible en situaciones de masa. Siendo la perspectiva de atacar en otra parte extremadamente minoritaria, sólo en situaciones muy amplias se puede experimentar cierta guerrilla urbana. Otras acciones se pueden realizar en cualquier momento, para nada incompatibles con ciertas prácticas callejeras durante las contra-cumbres. Y todavía pensamos que a la larga tales prácticas limitan la autonomía de análisis y de acción (¿frente a cuantos conflictos sociales nos hemos limitado a mirar?) transformándonos a nuestro pesar en una especie de versión extremista en el interior de las procesiones desobedientes. Sin contar con que es ya hora de preguntarse por qué el poder publicita de ese modo tantas cumbres en las cuales se sancionan decisiones ya tomadas. Todo esto nos parece un gran terreno de estudio y de experimentación de técnicas antidisturbios por parte de la policía. Una especie de tratamiento homeopático: el dominio se inocula pequeñas dosis del virus de la subversión para reforzar sus propios dispositivos inmunitarios en previsión de contagios sociales más amplios. Debe saber como se mueven y como se organizan los malvados, y con cuales de los buenos es posible dialogar con el fin de que nada cambie realmente.

Un experimento a cielo abierto

Pero las cumbres constituyen sobre todo otro tipo de experimentación: ver cual es el grado de vejación que la población está dispuesta a aceptar. Llevando al “rico occidente” un trozo de Palestina, con sus controles, con sus zonas rojas permanentes y sus blindados en cada esquina, el dominio está informando a sus ciudadanos que, hasta que se demuestre lo contrario, son todos delincuentes; que nada es bastante seguro para el aparato policial y tecnológico; que el urbanismo es la continuación de la guerra social con otras armas. Más de sesenta años atrás Walter Benjamín escribía, en sus Tesis sobre el concepto de historia, que “el estado de excepción en el cual vivimos es la regla”. Si esto es verdad, debemos entender qué liga los centros de internamiento para inmigrantes sin papeles y los estadios en los que son hacinados los refugiados de guerra, ciertos barrios populares rodeados por la policía y los diversos Guantánamo repartidos por el mundo, algunas operaciones de desalojo absolutamente desproporcionadas respecto a los objetivos declarados (barrios enteros evacuados para desactivar algún aparato de la primera guerra mundial) y los racionamientos de energía eléctrica llevados a cabo sin preaviso –estilo Ventennio fascista– por la Enel. Hasta aquí se trata de experimentos rústicos, que confirma lo que escribía un compañero en los años setenta: el pueblo del capital es un pueblo de estoicos. Impiden la circulación, colocan telecámaras en todas partes, instalan antenas nocivas sobre los tejados de las casas, criminalizan cada vez más comportamientos: nadie respira.

Las cumbres son la representación concentrada de todo esto, la suspensión jurídica de todo derecho. “¿Qué pasa?”, se pregunta el ciudadano medio, obligado a un insólito trayecto para ir a hacer la compra. “nada, son los antiglobalización”, le contesta la señora en el supermercado. Entre tanto les privatizan hasta el agua potable, mientras la policía está por todos lados.

Pero precisamente porque se trata de una representación concentrada de una situación cotidiana, constante y difusa debe llevarse a cabo la crítica práctica del control social, por ejemplo a través de la destrucción de telecámaras y de otros sistemas de vigilancia electrónica. Es importante realizar mapas sobre la situación de los aparatos de control, difundir su conocimiento y sostener teóricamente la necesidad de atacarlos.

La nueva cara del dominio

El poder es cada vez más descarado. Por una parte, los amos saben que las actuales condiciones sociales, cada vez más bajo el signo de la precariedad y de la dependencia de la mercancía, sólo pueden ser impuestas a través del terror: tal terror se manifiesta en el exterior bajo la forma de guerra, en el interior bajo la forma de miedo al futuro (por ejemplo a continuar sin trabajo) o bien a través de la represión de capas sociales cada vez más amplias. Por otra parte, décadas de pacificación social –en las cuales cada ignominia ha pasado por la simple razón de que no se hizo nada para impedir la precedente, en una aceleración inaudita de la abyección– han dado al dominio una arrogancia sin precedentes. Lo hemos visto en el trabajo, por ejemplo, en Génova, en los desalojos, en las torturas, en el asesinato de Carlo Giuliani. Y continúa. El nuevo jefe de policía de Trento es Colucci, jefe de policía en Génova durante el G8, carroña patentada. Será él quien gestione la cumbre de ministros de exteriores de la Unión Europea que tendrá lugar en Riva del Garda, entre el 4 y el 6 de septiembre. ¿Comprendido el mensaje? Un comité trentino “por la verdad y la justicia” no ha encontrado nada mejor que hacer que invitarlo a un encuentro público.

Lluvias ácidas y hojas de higuera

Los ministros de exteriores que se encontrarán en Riva entre el 4 y el 6 de septiembre deberán acordar una especie de plataforma común que presentar en la cumbre de la OMC en Cancún, del 10 al 14 de setiembre. El tema es el del Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (GATS en inglés), que prevé la liberalización a nivel mundial de los principales servicios públicos. Entre tantas decisiones en curso, la más escandalosa es seguramente la de la privatización del agua, la cual podría convertirse en una realidad para los 144 países miembros de la OMC. Se trata de un proceso puesto en marcha hace tiempo, pues siete multinacionales compiten desde hace décadas por las concesiones de embotellamiento de agua mineral, y en los últimos años por la gestión de los acueductos. También la “Mesa trentina por una Europa social” insiste en la privatización del agua, sobre su escasez a causa de la contaminación, como emblema del neoliberalismo más desenfrenado. A parte de las consabidas lamentaciones sobre el aspecto no democrático de estos acuerdos (como si lo que hace cada gobierno particular estuviera sujeto a quién sabe qué debates públicos…; por otra parte ¿no eran las instituciones estatales las que deberían salvarnos del mercado salvaje?), lo que resulta más escandaloso, en los discursos de estos reformistas, es el desfase entre la amplitud del desastre que denuncian y las soluciones que proponen.

Por una parte señalan causas como la industrialización de la agricultura, la concentración de las poblaciones en ciudades cada vez más gigantescas, el envenenamiento producido por las fábricas, el empleo de agua potable para las instalaciones industriales o para el cultivo destinado al engorde intensivo de animales, en suma la esencia misma del sistema técnico-industrial; por otra proponen…nuevas leyes, reglas transparentes, por fin la participación de los ciudadanos, bajo la forma de bonos del Estado, en las sociedades anónimas que privatizan el agua. Hay países enteros en los que, gracias a las maravillas del progreso, un colapso en el sistema bancario dejaría los campos sin agua, y estos ciudadanos orgullosos de serlo quieren otras leyes. Un poco como si, frente a un chaparrón de lluvia ácida, se propusiese cubrirse la cabeza con hojas de higuera biológica. Las propuestas de los varios foros sociales, razonables según la racionalidad política y mercantil, son sencillamente demenciales desde el punto de vista concreto y social. No se trata de denunciar un mundo en ruinas, sino de arrancar el espacio para resistir y el tiempo para atacar. No es sólo cuestión de cuanto radical somos en la calle. El punto es qué vida se desea, cuanto se está sometido material y espiritualmente a un orden social cada vez más inhumano y artificial o, viceversa, por qué relaciones sociales estamos dispuestos a pelear.

No hay necesidad de ir a Riva para oponernos al racket del agua. Los responsables de esta mercantilización absoluta (por ejemplo las grandes empresas que embotellan el agua mineral) están a dos pasos de nosotros, siempre. Si los civilizados no son capaces ni siquiera de defender el agua que beben –o al menos de comprender que otros lo hacen de modo claro y directo –podemos irnos todos a dormir. También en este caso, hay una larga cadena de dependencias y vejaciones que hoy nos presenta una cuenta exorbitante. Sólo desde la autonomía hacia la sociedad industrial de masa y de la abierta revuelta contra el Estado que la defiende podrá nacer algo diferente.

Lo mismo vale, por ejemplo, para la cuestión de las patentes, incluidas aquellas sobre el código genético. Frente a la entrada del capital en el cuerpo humano es simplemente idiota pretender leyes de tutela oportunas. El delirio técnico-científico, que consiste en querer transformar la naturaleza y los hombres en una especie de variables de computadora, ha superado hace tiempo el punto de no retorno: toda ilusión de reformar una ciencia enteramente al servicio del dominio es tan sólo una lúgubre ida de olla. Las acciones llevadas a cabo en otros países contra los cultivos transgénicos o contra los laboratorios privados y estatales que experimentan con el genoma humano han demostrado que la crítica de la razón mercantil no tiene necesidad de citas espectaculares.

Más en general, eso que se define eufemísticamente como globalización sería impensable sin la base material construida por el aparato tecnológico. Pensemos simplemente en esos que se nos presentan como los factores principales del desarrollo y del enfrentamiento económico y militar: la energía y la información. Lo que puede parecer un Moloch inatacable es en realidad una red gigantesca formada por cables, antenas, centralitas, torretas y repetidores fácilmente golpeables.

Riva está en todas partes

Será la CGIL quien se ocupe del servicio de orden durante la contra-cumbre de Riva. El cesante jefe de policía de Trento ha precisado –justamente – que cuanto más se hagan los manifestantes policías, menos necesidad habrá de estos últimos.

Después de largas negociaciones entre el foro social y la jefatura (gestionadas obviamente por los líderes nacionales), parece que el Ayuntamiento pondrá a disposición de los Desobedientes y sus socios un pabellón a las afueras, concediéndoles en derecho a manifestarse (siempre fuera de la villa, por calles desiertas) el domingo. Riva será cerrada, lo que significa que los esbirros bloquearán simplemente las calles de acceso. El delegado del gobierno ha ordenado prohibir o suspender toda manifestación (incluidas las culturales y deportivas) en más de veinte pueblos del Trentino. La policía quiere calles libres, la población debe comprender que el Gran Hermano no es sólo un programa de la tele. ¿Y nosotros?

Retomemos un hilo que viene de lejos. Günter Anders escribió en los años cincuenta “Hiroshima está en todas partes” y en los años ochenta “Chernobyl está en todas partes”. Algunos rebeldes contra el mundo tecnologizado dijeron en los años noventa “Mururoa está en todas partes” (en la época en la que el gobierno francés sometía aquel atolón del Pacífico a experimentos nucleares asesinos), otros compañeros repitieron hace dos años que “Génova está en todas partes”. Porque la revuelta estalle sin fronteras y contra todo espectáculo, porque el Aparato espera un enemigo que no existe y desvela cada vez más su carácter totalitario, decimos Riva está en todas partes. No estaremos en la calle contra la cumbre de la Unión Europea, porque con las luchas de estos años y con las que vendrán hemos querido y queremos golpear en otras calles. Porque siguiendo la lógica de “esta vez es cerca” no se escapa del cerco, desde el momento en que las cumbres se desarrollan siempre cerca de la casa de alguien. Porque el conflicto real está en otra parte. Hay otros modos de oponerse al blindaje de las ciudades y valles en las que se vive, modos al alcance de todos. Queremos liberarnos de la dictadura del Número y sus adoradores. Sabemos que es una perspectiva que quizá dará pocos resultados en lo inmediato, pero es decidiendo nosotros como, donde y cuando golpear, y defendiendo con firmeza nuestras razones, que haremos avanzar la insubordinación individual y social.

Algunos anarquistas roveretanos

6 de agosto de 2003

(Traducciones Traicioneras, septiembre de 2003)

 
 

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