Ya es una evidencia. El mundo está a punto de ser trasformado en un único, enorme hipermercado. De San Francisco a Calcuta, de Río de Janeiro a Mosca, todos haremos cola para consumir las mismas idénticas mercancías de artificiales colores vistosos. Lo que para muchos constituye una auténtica riqueza que salvaguardar - la autonomía y la diversidad - podría ser barrido para siempre por la imposición planetaria de una política económica y del sistema social consecuente. Cuando se impone una única posibilidad mientras que se impide por la fuerza cualquier otra alternativa, no se puede hablar de libertad de elección frente a una oferta. Sino sólo de obediencia a la coerción. La producción en serie de nuestros días sobre la tierra (con todos sus placeres, los sabores, los matices), con su imposición de un único modelo de vida al que conformarse, es el abismo totalitario que muchos ven abrirse ante si.

En síntesis. NEOLIBERALISMO es el nombre dado a la política económica particular que están aplicando los Señores de la Tierra. GLOBALIZACIÓN es el nombre dado al proceso de unificación homologante que ésta implica. En los últimos meses cientos de miles de personas han tomado las calles en todo el mundo contra el neoliberalismo y la globalización. Con ocasión de los encuentros entre los líderes políticos y económicos de los Estados más poderosos (en Seattle, Davos, Washington D.C., Melbourne, Praga, Goteborg …) se han organizado manifestaciones de protesta que han llamado la atención de todos los mass media. La próxima cita está prevista en Génova a finales de Julio, coincidiendo con la cumbre del G8. Pero si hace dos años este movimiento de protesta pudo hacer la vista gorda sobre algunas contradicciones presentes en su propio seno para no frenar su salto inicial, hoy una reflexión sobre su significado nos parece que ha pasado a ser cada vez más urgente e improrrogable.

El neoliberalismo sustenta un tipo de CAPITALISMO SIN FRONTERAS. Las multinacionales más fuertes (por lo general de capital estadounidense) logran así también imponer sus propios intereses aún cuando éstos van contra el “bien nacional” de los pequeños Estados. Intolerable, ¿verdad?. Pero, ¿contra qué se enfrentan los opositoros al neoliberalismo?. ¿Contra el CAPITALISMO en si, o bien contra su ser SIN FRONTERAS?. Por lógica, los más extremistas deberían responder «contra el CAPITALISMO», mientras que los menos extremistas «contra el capitalismo SIN FRONTERAS». Los primeros en cuanto enemigos de un mundo basado en el beneficio - quienquiera que se aproveche en detrimento de los demás y sean cuales sean los confines dentro de los cuales ocurra la explotación -, los segundos en cuanto enemigos de un mundo basado en el beneficio (de la clase dirigente) de los países más ricos en detrimento del beneficio (de la clase dirigente) de los países más pobres. Pero quien lleva a cabo una mera protesta contra la expansión planetaria sin límites del capitalismo, contra su falta de respeto por las fronteras, se revela sustancialmente favorable a una forma de capitalismo local, aún idealmente controlada desde abajo. En el interior del movimiento CONTRA EL NEOLIBERALISMO Y LA GLOBALIZACIÓN conviven pues dos almas, que por comodidad del lenguaje hemos distinguido en «más extremista» - que quiere la eliminación del capitalismo y que se declara contra todo gobierno y contra sus representantes, a quienes no tiene nada que pedir- y en «menos extremista» - que sustenta o cuando menos acaba por aceptar la necesidad de un capitalismo de rostro humano, limitado y regulado por un gobierno democrático, y que pretende explicar sus propias razones a los actuales gobernantes.

Una diferencia que no es pequeña.

Pero entonces, ¿cómo y porqué se ha llegado a encontrar un acuerdo?. Por conveniencia, sobre todo. Las alianzas siempre se forjan para adquirir fuerza. No obstante, sería una locura creer que en una alianza las partes en juego se encuentran al mismo nivel. Hay siempre una más fuerte y una más débil. Y naturalmente es la más fuerte la que dicta las condiciones de una alianza, la que decreta las palabras de orden, la que decide los movimientos, la que saca las mayores ventajas y - si es lo suficientemente hábil - la que hace recaer sobre la más débil las posibles desventajas. A la parte más débil de esta unión, si quiere “hacer algo”, no le queda más que conformarse.

Ahora bien, la momentánea alianza de las dos almas presentes en el movimiento está determinada por la elección de un enemigo común: el neoliberalismo. Frente al excesivo poder de la parte contraria, se dice, las diferencias tiene que pasar a un segundo plano: «Primero paramos la globalización, después veremos que hacer». La condición propuesta sería también comprensible, si fuera respetada recíprocamente. ¿Pero cómo están realmente las cosas?. ¿Es qué acaso en esta Santa Alianza ambas partes están beneficiándose del mismo modo?. ¿Quizás las diferencias existentes son expresadas de la misma manera y tendrán las mismas posibilidades?.

¿Cuál es entonces el enemigo declarado del movimiento antiglobalización, el Capitalismo como tal o el Neoliberalismo?. Y cuando se presenta a las cumbres de las superpotencias convencido de “hacer presión” sobre los Señores de la Tierra, ¿a cuál exigencia de las partes se responde?.

En diversas manifestaciones antiglobalización han tenido lugar violentos choques con las fuerzas del orden. Es este el aspecto que ha obligado a los mass media a prestar más atención a las protestas. He aquí la utilidad de la alianza - dirán algunos de los más extremistas. Al fin y al cabo, si no hubiese sido por los millares de otros manifestantes menos extremistas cuya sola presencia ha servido para obstaculizar las maniobras de la policía, estos choques no habrían tenido un resultado tan favorable para los manifestantes. Pero también los menos extremistas están satisfechos con que se hayan producido los choques. Al fin y al cabo, si no fuese por la mostrada “amenaza extremista” que evitar, los Señores de la Tierra no tendrían motivo alguno para escucharlos. En cuanto a aquellos manifestantes que usan los choques con la policía para ser reconocidos como interlocutoros por los Señores de la Tierra, es evidente que aún teniendo el pie en los dos estribos («no somos violentos, pero nos enfrentamos con la policía», «damos consejos a ministros o nos sentamos en un consejo municipal, pero somos antagonistas») pertenecen por derecho y de hecho a los menos extremistas contestatarios del neoliberalismo, teniendo los mismos objetivos y diferenciándose en cualquier caso sólo por los medios con los que los persiguen. Ahora, enfrentarse con la policía no es el primer objetivo de los más extremistas, mientras que ser escuchados por los Señores de la Tierra es el objetivo primario de los menos extremistas. Paradójicamente, ¿quién tiene más motivos para alegrarse por los desordenes ocurridos hasta ahora?. En otras palabras, ¿a quién está favoreciendo principalmente esta extraña coalición antineoliberalista, a los más extremistas del Black Block o a los menos extremistas del Monde Diplomatique?.

Un pequeño inciso. Que los mass media hayan rebautizado a este movimiento con el nombre de “pueblo de Seattle” no es extraño. Esperar encontrar un gramo de inteligencia en la cabeza de un periodista es una empresa tan ardua como encontrar agua en el desierto. Pero no se comprende porque esta definición idiota sea también retomada por parte del mismo movimiento. Es inútil, el sueño americano hechiza también a sus supuestos opositoros, los que por un lado rechazan vivir “a la americana”, y por el otro aceptan protestar “a la americana”. Así, si los amigos del neoliberalismo se fijan en Washington, sus enemigos se fijan en Seattle. Poco importa, después de todo es solo una cuestión de kilómetros, mientras los ojos de todos se dirijan a los EEUU. Aquí está la tan aclamada Autonomía.

La autonomía sería que cada uno fuera lo suficientemente libre para elegir qué, cómo, dónde, cuándo, con quién actuar. En cambio el “pueblo de Seattle”, como todos los Pueblos, está afectado de una tara política. En su interior hormiguean aspirantes a alcaldes, aspirantes a asesores, aspirantes a diputados, así poco a poco hasta los aspirantes a comisarios. Naturalmente estamos hablando de los que quieren erigirse en legítimos representantes del “pueblo de Seattle” para ser invitados por los Señores de la Tierra a sentarse con ellos en la siguiente mesa de negociaciones, después de haberse sentado a la mesa con los jefes de policía. En el fondo todo esto es más que comprensible. Menos comprensible es que los otros se presten a este juego innoble, y se dejen tratar como ciudadanos a los que se les solicita no alterar la tranquilidad pública.

Desde hace meses estamos asistiendo a un penoso espectáculo. Los Señores de la Tierra se reúnen en los más variados rincones del mundo para formalizar decisiones que ya han tomado. Sus opositoros los siguen como perritos en busca de atención: se ponen a dos patas, ladran, a veces hasta muerden los bordes de los pantalones de quienes mandan.

Ahora está más claro. Si a los auténticos ciudadanos del “pueblo de Seattle” no hay nada que decir, a los otros - a los sin patria, a los desertores de cualquier ciudadanía - les querríamos dirigir alguna observación. En Goteborg la policía ha disparado, hiriendo a un manifestante que estaba arrojando piedras. El gobierno italiano ya ha dado a conocer que está interesado en escuchar a los contestatarios menos violentos, a cambio de que sean aislados los más reacios al dialogo. Esto significa sólo una cosa: habiendo ya alcanzado su primera meta - el anhelado reconocimiento institucional - pronto los opositoros menos extremistas no tendrán más interés en seguir marchando al lado de los más extremistas, los cuales hasta ahora han sido útiles, han contribuido a mantener alta aquella tensión que constituía para los primeros una óptima publicidad, pero de ahora en adelante solo serían un obstáculo. Apenas serán admitidos en la presencia de los Señores de la Tierra, ¿de qué les serviría continuar con ciertos medios?. Y llegados a este punto, ¿qué sucederá?. Quien ha participado en este movimiento movido por el odio hacia el capitalismo, se ha batido contra sus perros guardianes, rompiendo escaparates y destruyendo máquinas, decidido a atacar este mundo que debe ser destruido de cabo a rabo. ¿Pero cuántos han decidido el lugar y el momento en el que lanzar el ataque? Son los Señores de la Tierra quienes lo han elegido. Ellos han elegido el campo de batalla, ellos han elegido el día y la modalidad del encuentro. Hasta ahora la mayor parte de los opositoros se han comportado como la policía se esperaba que se comportasen. Ahora este juego está a punto de acabar. La policía ya está lista y también legitimada para disparar por la espalda.

Los politicastros, los portadoros de mono, blanco o rojo o el que sea, tienen todo el interés en centralizar el movimiento de oposición al neoliberalismo.

Los subversivos, tenemos todo el interés en extender y no en “globalizar” el movimiento de lucha contra el capitalismo. La policía nos espera en Génova a finales de Julio para golpearnos, fotografiarnos, filmarnos, detenernos, incluso dispararnos. Y en cambio nosotros podríamos estar en cualquier sitio en cualquier momento. Los cierres metálicos de los McDonalds y de los bancos de Génova durante los días de la cumbre estarán blindados. Las multinacionales, los hipermercados y los bancos del resto del mundo están a nuestra disposición, en cualquier momento. Y esto no sería sino el principio ya que en cuanto dejemos de seguir los plazos que otros fijan por nosotros, seremos finalmente libres de elegir cuando, dónde, cómo y quién golpear.

Si decidimos nosotros, seremos imprevisibles. Perderemos aliados, pero encontraremos compañeros en la calle.

ALGUNOS NADIE QUE NO QUIEREN REPRESENTAR NI SER REPRESENTADOS POR ALGUIEN

[Traducción: Palabras de Guerra]

 
 

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